El abandono es la herida que más perdura
El abandono de nuestra pareja, de nuestros padres en la infancia o incluso de la propia sociedad, crea una herida que uno siente latir cada día. Es como una raíz arrancada, un vínculo quebrado que nos deja solos y nos arroja a un terreno solitario.
El abandono no solo se experimenta por una ausencia física.
El abandono más común y doloroso es aquel donde deja de existir una conexión real, y cuando no hay conexión hay desinterés, apatía y frialdad. Esto podemos sentirlo de una persona que amamos hacia nosotros, o de nosotros mismos hacia nuestra vida.
Porque cuando nos han abandonado, tenemos la tendencia a abandonarnos a nosotros mismos
La percepción del vacío que se siente no tiene edad. Podemos sentirlo de niños y también en nuestra edad adulta.
Todos nos hemos sentido abandonados en alguna ocasión. Todos hemos esperado algo de alguien que no ha podido dárnoslo. Así como esperar que la sociedad nos dé algo que nunca llega.
Y sentir el vacío interior genera mucho sufrimiento.
Una vivencia temprana de abandono genera cicatrices psicológicas en la persona.
Aunque como niños, cada uno hemos afrontado los hechos de un modo, es común que esta huella genere un trauma y un patrón de conducta.
Los traumas no los cura el tiempo, sino un adecuado afrontamiento.
Sufrir de abandono en la infancia supone tener dificultades a la hora de establecer relaciones estables en nuestra edad adulta.
Se suele desconfiar, sentirse vulnerable, pasar por épocas de cierta apatía, y con una autoestima baja, padecer sentimientos de rabia o tristeza.
Cuando se ha sufrido el abandono de la pareja o el de la propia sociedad, se puede llegar incluso a “sabotearse a si mismo” pensando, por ejemplo, que no se merece ser feliz, que no tiene aptitudes, que ya no merece la pena luchar por sus propios sueños porque ya no hay nada que hacer.
Aparecen también problemas de codependencia, necesidad de aprobación y reconocimiento, lo que se compensa con un dar a los demás en demasía esperando que ellos nos devuelvan lo mismo, lo que muchas veces aumenta la sensación de abandono cuando el otro no responde de igual manera.
Cuando alguien, o una situación reactiva los sentimientos de abandono, la persona se paraliza y vive congelado por dentro, como un zombi en vida.
Todo esto y más son huellas del estrés postraumático que ha generado el sentimiento de abandono y que es importante solucionar.
La herida del abandono debe curarse prestando una especial atención a la autoestima , aprendiendo a hacernos libres de lo que pasó allá atrás, y sobre todo, haciendo paces con uno mismo y con los demás.
Es importante aprender a reconocer las emociones propias, saber ponerles nombre e identificarlas en el cuerpo cuando se activan y comienzan a doler.
También es importante que ya conozcamos herramientas útiles para recuperar nuestra fuerza interior, traernos a la paz y la serenidad cuando la herida se ha reabierto.
Todo esto se consigue con una implicación genuina con uno mismo. Con un deseo real de contribuir a la propia sanación, y sobre todo con asumir la responsabilidad propia de nuestra felicidad.
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